Ideología venezolana - ALIRIO PÉREZ LO PRESTI


  • Muchos jóvenes generadores de opinión pública, políticos, y académicos venezolanos han construido sus formatos ideológicos durante las últimas dos décadas. Veinte años representa un tiempo medianamente suficiente para establecer un balance en relación a las cosas positivas y negativas que han ocurrido en nuestra nación.

En primer lugar, cuando aparece un líder con cualidades carismáticas inusuales, es casi imposible que la sociedad no cambie. Pero en ese cambio, existen cosas que no podemos dejar de percibir como buenas y otras que han adquirido el carácter de una calamidad y para establecer un balance, se cuenta con los resultados implacables que no dejan atisbo para la duda: La realidad que vivimos.
Dado que la realidad actual de Venezuela es una consecuencia de las cosas que se hicieron en el pasado y se siguen haciendo, sería prudente recordar cuáles pueden ser las potenciales ineficiencias corregibles en nuestro país. A fin de cuentas, una cosa son las ideas y otra muy diferente la realidad.
Desde antes y durante dos décadas, la economía venezolana se ha hecho más dependiente de la renta petrolera. Eso hace que nuestra economía haya sido y se siga haciendo más vulnerable en relación con los distintos cambios de la geopolítica mundial. Sin petróleo no hubiésemos podido cimentar las bases de la nación que tenemos, pero seguir apostando por el petróleo como el principal elemento sobre el cual reposa la economía nacional es un disparate ante el que no se reacciona. El ser dependiente de la renta petrolera habla de un fracaso de carácter intelectual en la manera como hemos manejado nuestros recursos naturales, lo cual sumado a las demás materias primas, redunda en uno de los despilfarros más sombríos de la historia de las naciones. Mientras sigamos atados de manos, esperando que suban los precios del crudo, nos seguiremos hundiendo.
En Venezuela se ha ensayado un modelo de carácter estatista en donde la economía se petrificó en un radical capitalismo de Estado. Eso ha espantado la inversión interna, pero lo más grave, la inversión de capitales foráneos. Sin inversión extranjera, en un mundo cada vez más globalizado, en donde las alianzas entre las naciones se van modificando a pasos agigantados, cualquier país que apueste por formas de “desarrollo endógeno”, “desarrollo sustentable” y otras falacias nominales, está condenado al desastre económico. Cualquier nación del planeta con un mínimo grado de desarrollo, apuesta por modelos mixtos en donde existen empresas del Estado, empresas de capital privado que deben ser respetadas y estimuladas en su funcionamiento y formas de producción de capital mixto, en donde lo público y lo privado van de la mano.
Estas dos premisas, llevan a una tercera y es la de haber tratado de implementar un modelo político disociado de una clara visión económica y aquí han fallado la mayoría de los sectores generadores de acuerdo. Independientemente del nombre que se le pretenda poner, lo económico tiene pautas puntuales sin cuya aplicación el país está condenado a la anomia y al caos. Política y economía van tan de la mano que es frecuente ver países autodenominados socialistas, en donde el capital privado está de primero y países autodenominados capitalistas, en donde priva el poder económico del aparato del Estado. Ese es el problema de cuando se apela al pensamiento dicotómico, como si las cosas de la vida fueran en blanco o en negro.
Un asunto sobre el cual se puede hacer un balance es acerca de la transgresión de lo legal. Las leyes suelen ser producto de la tradición o pueden ser las reglas de juego a las cuales se debe ceñir una sociedad. Si se transgrede la norma por parte de la figura de poder, todo el entramado social se desvanece. Una cosa lleva a la otra. El alarmante auge de la delincuencia no sólo tiene que ver con la actual crisis económica sino con una clara ligereza de lo legal, que permite la impunidad de quien delinque. El delincuente no solo recibe castigo por la falta cometida, sino que en el espíritu de las leyes, cuando una persona es condenada a prisión, la sociedad está siendo protegida de los potenciales daños que el “disocial” puede seguir perpetrando.
El otro aspecto es una deriva de los enunciados anteriores. En una sociedad cuya economía apuesta por el “rentismo” y se promueve la dádiva clientelista, es muy complicado establecer una relación sana con la idea del trabajo productivo. Más complicada aún si existe una laxitud legal que induce la impunidad de lo delincuencial. El concepto de trabajo individual como forma generadora de bienestar colectivo no ha sido estimulado adecuadamente en el país; sin cuya mejora, la nación sigue penada a seguirse complicando.
Es predecible, que ante este balance, lo que se ha planteado gran parte de nuestra juventud sea escapar cuanto antes del país. El compromiso de rescatar la nación queda en manos de quienes se queden, independientemente de su tinte político.
@perezlopresti

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