El impacto ambiental de los concursos de belleza
Pocos espectáculos nacionales e internacionales llaman tanto la atención de la gente común como los concursos de belleza. No en vano se estima que durante la transmisión del Miss Venezuela alrededor de 60% de los televisores encendidos estuvieron atentos a la "noche más linda del año", en tanto que al menos 600 millones de personas suelen disfrutar en vivo de las incidencias del Miss Universo o el Miss Mundo.
Muchos somos los que admiramos las producciones y hasta nos atrevemos a criticarlas, pero pocos nos hemos detenido a pensar sobre las implicaciones ambientales de estos espectáculos, que encierran decenas de detalles con una huella negativa sobre nuestro entorno, y que bien vale la pena analizar y corregir.
Comencemos por las movilizaciones de las "misses" al lugar del concurso. Para tener una idea, un viaje de San Cristóbal a Caracas produce 108 kg de dióxido de carbono por persona, en tanto que de Nueva York a París genera 962 kg, cantidad que multiplicada por el número de concursantes, sus acompañantes, y los equipos de producción, superaría varios cientos de miles de toneladas de este gas de efecto invernadero, solo en una ruta del viaje nacional o internacional.
Qué decir de los vestuarios. Es común observar el uso de tejidos, minerales y hasta plumas, que si bien en muchos casos han comenzado a ser sustituidos por algunos productos más amigables con el ambiente, aún siguen estando presentes en las muestras de los países, sobre todo en sus trajes "típicos", que más bien deberían llamar "atípicos" por lo extraño de sus creaciones.
En ellos, miles son los litros de agua usados para producir un metro de tela, incluyendo las etapas del cultivo (dependiendo de su origen), lo que se suma a los litros de aguas servidas asociados.
El uso de cosméticos es otro de los puntos sensibles en la huella ecológica de un concurso de belleza. Recordemos que estos incluyen tintes, jabones, geles, sprays y decenas de otras sustancias que exacerban los atributos de sus candidatas, pero que llevan en su composición materias primas de origen muchas veces silvestre.
Tales sustancias incluyen pigmentos de naturaleza insospechada, y su versatilidad permite colorear las prendas, el cabello de las misses, por mencionar solo algunos usos. Entre los pigmentos más comunes se encuentran los biológicos como el onoto, alizarina, carmesí, añil, púrpura de Tiro y ftalocianina. Entre los químicos, se hallan los pigmentos de arcilla, carbono, cadmio, cobalto, óxidos de hierro, zinc y hasta de arsénico, plomo y mercurio.
Qué decir de los envoltorios de las comidas rápidas de tantas sesiones de ensayo, las piedras usadas en las coronas, los materiales de las escenografías, el excesivo consumo de luz (mientras más incandescencia y brillo, supuestamente hay más lujo) y la potencia en watts de las largas sesiones de ensayos, previas al espectáculo en sí; sin dejar de lado los patrones de consumo que se disparan en los comerciales, cuyas cuñas de zapatos, ópticas y ropa, así como de productos light, acaparan la atención de la audiencia, además de toda la publicidad asociada a periódicos, revistas y tantas otras piezas promocionales, propias de estas iniciativas.
Por donde se les mire, los concursos de belleza dejan una importante huella ecológica que debe ser valorada y asumida, no para criticarlos, sino para ser compensada. Nótese que pocas veces se ve a las organizaciones involucradas favorecer el desarrollo de programas ambientales, o al menos, organizar una intensa jornada de reforestación con las misses, para mitigar sus emisiones mediante la captación o secuestro de carbono.
Con todo lo anterior, quiero dejar claro que no estoy en contra de los concursos de belleza, pues he tenido la oportunidad de conocer algunas misses y "reinas", y valoro su condición y vocación en una profesión tan digna como tantas otras, mujeres por demás inteligentes y hermosas. Sin embargo, más allá de las causas nobles que apoyan, como la niñez abandonada, la desnutrición o el Sida, la conservación del ambiente reclama su espacio.
Qué bonito sería que en cada concurso se hiciera una actividad ambiental ejemplarizante para todo el país o el mundo. ¿Se imaginan que el mensaje educativo llegue en Venezuela a por lo menos ocho millones de personas, o en el mundo a más de 600 millones? ¿Acaso no sería extraordinario ver a Miss Venezuela plantando 20 árboles para compensar su huella de carbono derivada de la participación en el Miss Universo? En lo personal, pienso que este comportamiento sería un excelente ejemplo a seguir, y por ello en Vitalis, estamos dispuestos a apoyarla, si ese fuera su deseo.
Muchos somos los que admiramos las producciones y hasta nos atrevemos a criticarlas, pero pocos nos hemos detenido a pensar sobre las implicaciones ambientales de estos espectáculos, que encierran decenas de detalles con una huella negativa sobre nuestro entorno, y que bien vale la pena analizar y corregir.
Comencemos por las movilizaciones de las "misses" al lugar del concurso. Para tener una idea, un viaje de San Cristóbal a Caracas produce 108 kg de dióxido de carbono por persona, en tanto que de Nueva York a París genera 962 kg, cantidad que multiplicada por el número de concursantes, sus acompañantes, y los equipos de producción, superaría varios cientos de miles de toneladas de este gas de efecto invernadero, solo en una ruta del viaje nacional o internacional.
Qué decir de los vestuarios. Es común observar el uso de tejidos, minerales y hasta plumas, que si bien en muchos casos han comenzado a ser sustituidos por algunos productos más amigables con el ambiente, aún siguen estando presentes en las muestras de los países, sobre todo en sus trajes "típicos", que más bien deberían llamar "atípicos" por lo extraño de sus creaciones.
En ellos, miles son los litros de agua usados para producir un metro de tela, incluyendo las etapas del cultivo (dependiendo de su origen), lo que se suma a los litros de aguas servidas asociados.
El uso de cosméticos es otro de los puntos sensibles en la huella ecológica de un concurso de belleza. Recordemos que estos incluyen tintes, jabones, geles, sprays y decenas de otras sustancias que exacerban los atributos de sus candidatas, pero que llevan en su composición materias primas de origen muchas veces silvestre.
Tales sustancias incluyen pigmentos de naturaleza insospechada, y su versatilidad permite colorear las prendas, el cabello de las misses, por mencionar solo algunos usos. Entre los pigmentos más comunes se encuentran los biológicos como el onoto, alizarina, carmesí, añil, púrpura de Tiro y ftalocianina. Entre los químicos, se hallan los pigmentos de arcilla, carbono, cadmio, cobalto, óxidos de hierro, zinc y hasta de arsénico, plomo y mercurio.
Qué decir de los envoltorios de las comidas rápidas de tantas sesiones de ensayo, las piedras usadas en las coronas, los materiales de las escenografías, el excesivo consumo de luz (mientras más incandescencia y brillo, supuestamente hay más lujo) y la potencia en watts de las largas sesiones de ensayos, previas al espectáculo en sí; sin dejar de lado los patrones de consumo que se disparan en los comerciales, cuyas cuñas de zapatos, ópticas y ropa, así como de productos light, acaparan la atención de la audiencia, además de toda la publicidad asociada a periódicos, revistas y tantas otras piezas promocionales, propias de estas iniciativas.
Por donde se les mire, los concursos de belleza dejan una importante huella ecológica que debe ser valorada y asumida, no para criticarlos, sino para ser compensada. Nótese que pocas veces se ve a las organizaciones involucradas favorecer el desarrollo de programas ambientales, o al menos, organizar una intensa jornada de reforestación con las misses, para mitigar sus emisiones mediante la captación o secuestro de carbono.
Con todo lo anterior, quiero dejar claro que no estoy en contra de los concursos de belleza, pues he tenido la oportunidad de conocer algunas misses y "reinas", y valoro su condición y vocación en una profesión tan digna como tantas otras, mujeres por demás inteligentes y hermosas. Sin embargo, más allá de las causas nobles que apoyan, como la niñez abandonada, la desnutrición o el Sida, la conservación del ambiente reclama su espacio.
Qué bonito sería que en cada concurso se hiciera una actividad ambiental ejemplarizante para todo el país o el mundo. ¿Se imaginan que el mensaje educativo llegue en Venezuela a por lo menos ocho millones de personas, o en el mundo a más de 600 millones? ¿Acaso no sería extraordinario ver a Miss Venezuela plantando 20 árboles para compensar su huella de carbono derivada de la participación en el Miss Universo? En lo personal, pienso que este comportamiento sería un excelente ejemplo a seguir, y por ello en Vitalis, estamos dispuestos a apoyarla, si ese fuera su deseo.
Diego Díaz Martín
Especial para Emen
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http://www.vitalis.net/
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