La sociedad altruista / Francisco Javier Bellot Gómez
El altruismo en el individuo es antinatural pese a que por causa del
optimismo antropológico tendemos a creer lo contrario. El egoísmo es el
que vence en tan desigual lucha.
Esta afirmación me causó gran impacto cuando la descubrí en medio de
algún libro de obligado estudio para alguna carrera. No es por tanto una
opinión innata sino un paradigma científico que necesariamente tuve que
asumir por la contundencia de su realidad. El comportamiento egoísta es
pues naturalmente ejercitado por los individuos y no debe ser motivo de
espanto. Ahora bien, cuando aplicamos otro principio básico como es del
tan aristotélico: “término medio igual a virtud”; obtenemos una fórmula
que puede permitir conciliar varios de los serios problemas a los que
se enfrenta la Sociedad en la actualidad.
El egoísmo patológico conduce a la segregación social según grupos
que se aíslan paulatinamente del resto en función de sus intereses
comunes. Estos grupos obtienen ventajas siempre a costa de otros pero
los otros grupos hacen lo propio. Ni que decir tiene que todos los
grupos se quejan del comportamiento egoísta de los demás. Se genera así
un círculo vicioso de nefastas consecuencias para la Sociedad en general
y para todos y cada uno de los grupos en particular. Sus pequeñas
victorias son enturbiadas por numerosas y grandes derrotas pues los
grupos al estar aislados cuando vencen lo hacen en pequeña escala pero
cuando son vencidos lo hacen a gran escala porque son vencidos por todos
los demás grupos. La atmósfera se llena de recelos, desconfianza y
conflictos.
Sucede que la Sociedad es algo más que la suma de sus individuos y
que las reglas que imperan en el individuo y en las interelaciones que
les llevan a formar los antecitados grupos no necesariamente imperan a
gran escala. Si se consigue incorporar a las relaciones intergrupales
una dosis de altruismo se neutralizaría ese belicismo destructivo, se
establecerían unas reglas del juego en las que nadie gana a costa de
nadie porque todos sacrifican algo de sus expectativas. Ningún grupo
avanza el máximo pero todos avanzan por lo que ninguno de sus
integrantes se percibe como perdedor porque ninguno de sus integrantes
se percibe como vencedor. No se le exigen sacrificios a uno o unos pocos
grupos sino a todos en sus conjuntos y se diluyen por tanto los éxitos.
Evidentemente no se avanza por igual a nivel individual ni intergrupal
pues nunca se pueden cercenar las particularidades y circunstancias de
los mismos. No se pretende descubrir aquí un neo comunismo sino una
actitud nueva para afrontar los necesarios conflictos sociales.
Sinceramente, la necesidad que me lleva a escribir estas líneas y a
leer las vuestras es el convencimiento de que estamos atravesando por un
salto cualitativo como los que apuntaba Juan Bautista Vico con su
eterno corsi e ricorsi hasta que se saltaba de un círculo a
otro, pero no siempre avanzando, no siempre a mejor. Somos testigos,
víctimas y verdugos, diarios de infamias de toda índole a nivel nacional
e internacional. La Sociedad ha segregado un sedante que aún no tiene
nombre pero que ya ha definido Lipovetsky que a modo de endorfinas
inyectan en el tejido psicológico social un inhibidor del dolor y por
tanto de la reacción al mismo. Como tales catástrofes son sucedidas por
otras incluso en el mismo día nuestra incapacidad de asumirlas nos
obliga a olvidarlas. Salvo cuando nos pasa a nosotros en primera
persona, la sociedad se vuelve individuo y miramos a nuestro alrededor
perplejos de la pasividad de nuestros semejantes, anonadados de que les
parezca normal y cotidiano nuestro naufragio personal y económico,
claro no deja de ser lo mismo que veíamos en tercera persona, ahora con
nombre y apellidos y con consecuencias tangibles física y
emocionalmente.
El otro día no pude por menos que sonreír al ver una pintada debajo
de mi casa. Hacía mucho tiempo que no se veían. Concluía con una sincera
invitación, con una manida palabra pero que izó en mí la esperanza:
Revolución (cual bandera). En otros siglos ya habría habido
derramamiento de sangre por la mitad de la mitad que acontece hoy. Hoy
invitar a la revolución no es invitar a la agresión sino a la reflexión.
Algo debe de cambiar y ese cambio debe de nacer desde nosotros mismos,
debe emerger desde el individuo y contagiar a la sociedad. Creo que fue
San Agustín quien dijo: “practica el heroísmo diario de cumplir con tu
deber”. Apliquemos ese principio desde nuestra condición individual,
desde nuestra pequeña aportación al todo, introduzcamos en nuestras
vidas, en nuestras decisiones, un poco de altruismo, rebelémonos contra
nuestro egoísmo natural, por adaptación, porque la sociedad necesita ese
cambió, radical quizá, evolutivo pues, pero seguro que imprescindible
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