El futuro de la narrativa



Mucho se habla en estos días sobre el futuro de los libros. Sobre todo, a partir de la avasallante irrupción del libro electrónico, un angustioso advenimiento que ya algún escritor como Jorge Volpi, por ejemplo, se ha apresurado en celebrar, con el concomitante obituario del libro de papel. En pocos años, ya nadie leerá en papel, aventura el futurólogo Volpi, quien estará más curándose en salud, ansioso de que los miles de consumidores de novedades tecnológicas, compradores compulsivos de tabletas y demás dispositivos electrónicos se interesen no sólo por Rainbow 6, Asphalt, Warplanes, N.O.V.A. 2, entre otros edificantes juegos, los más vendidos para Ipad, y se reserven un tiempo para leer novelas.
El novelista español Eduardo Mendoza se consuela al reducir la amenaza de momento, solo al papel que lleva impresas las noticias del día, el agónico periódico que se acostumbraba doblar en la página que interesaba al lector, que a su vez podía darse el gusto de llevarlo bajo la axila, si era el caso de que tenía que suspender la lectura para subir al autobús. "No falta mucho para que leer el periódico en papel, sea anecdótico", ha sentenciado Mendoza.
Antes, alguien sin sospechar tal vez la invención del libro electrónico, imaginó un mundo sin libros (de papel): Ray Bradbury. Todavía hay quien recuerde aquella historia de anticipación Farenheit 451, un mundo sometido al totalitarismo iletrado en el que la posesión de un libro es un crimen severamente castigado. Los pocos legajos que van quedando son asépticamente incinerados a 451 grados farenheit.
Volpi, por su lado, da por un hecho que la brecha tecnológica que separa el desarrollo del subdesarrollo se irá achicando y que los lectores electrónicos serán cada vez más económicos.
En toda esta diatriba globalizada, nadie parece preguntarse sobre el futuro del contenido de los libros, ya sean electrónicos o gaseosos, moleculares o metafísicos.
El cascarrabias Harold Bloom se ocupa de lo que será la literatura, en particular la novela, en El futuro de la imaginación y advierte sobre el peligro de que la narrativa deje de ser literaria.
Y, mientras llegue ese día, el de la desaparición del libro tal como se ha concebido, fabricado y leído desde que existe, hay un que escritor que aparece un tanto solitario y obcecado como sus personajes. Enrique Vila-Matas vive con la cuestión vital de qué será de la narrativa, si es que tiene acaso futuro, acosado por "el mal de Montano", la inminencia de quedar "totalmente bloqueado, paralizado, ágrafo trágico". Y por eso escribe.
Entre Finnegans y Hire
Este año, Vila-Matas publicó una compilación de relatos bajo el sugestivo título de Chet Baker piensa en su arte (Random House Mondadori, 2011). Cualquiera se sentiría tentado a abrir sus páginas mientras escucha ensoñadoramente al gran Chet Baker soplando su trompeta y cantando dulcemente, como sólo él era capaz, My Funny Valentine…
Pero, no es así de sencillo. El autor recorre, revisita, atisba el desasosiego narrativo de su obra, ese ámbito en apariencia terminal de El mal de Montano, Bartleby y compañía y Exploradores del abismo. Montano padece de parálisis escritural, los personajes de Bartleby parecen decir como el oficinista de Melville "preferiría no hacerlo", mientras los exploradores se asoman a ese abismo en el que tal vez, al fondo, tras la caída, se halle el hilo de plata de una narrativa extinta.
Para el escritor inglés Julian Barnes, si el mundo ha de dividirse, ha de ser entre "flaubertians" y "balzacians". En el relato que da título al grupo de cuentos de Vila-Matas, el autor discierne más bien entre aquellos que siguen o prefieren dejarse llevar por una narración "discursiva", al modo realista, como la de George Simenon en La prometida del Señor Hire y aquellos que optan por "el arte en sí", como James Joyce en Finnegans Wake.
Vila-Matas no deja de escribir, pese a todo; se planta desafiante ante el mundo, esa realidad al decir de Ortega y Gasset "bárbara, brutal, muda, sin significado, de las cosas". Y trama sus cuentos con las apariencias del ensayo, borgeanamente, para convertir la literatura en una ficción en sí misma.
Vila-Mata propone con su obra, lo que pueda ser un camino ante la nostalgia por lo canónico que atormenta a Bloom, quien en el libro mencionado reconviene, no sin razón: "Si en definitiva todo vale, no tenemos que preocuparnos por el futuro de la narrativa: porque no tiene futuro".

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