ESENCIA DE VIDA // Eli Bravo
El color de la mañana era tan puro que podías beberlo en las gotas de
rocío. Las hojas húmedas se comían el sendero por donde ascendía y en los
pulmones sentía mucho más que aire. ¡Tanto tiempo sin subir a El Ávila! La
última vez había tomado la misma ruta y en ese entonces el cerro estaba reseco.
Pero esta mañana la vegetación brotaba de cada grieta en las rocas.
Me detuve bajo un eucalipto a disfrutar la vista de Caracas. Montaña y
ciudad. Una como espejo de la otra. El panorama no confesaba todo el amor y
drama que corría por esas calles. Las historias negras, los titulares rojos, la
inseguridad color de hormiga. Pero tampoco, la energía vital que sentí durante
esos días. Una ebullición de creatividad y deseos de vivir que eriza los pelos.
Paradojas criollas: una ciudad donde la vida vale menos que una bala
palpita como un corazón enamorado.
¿Ilusión producto de la nostalgia? Una cosa es el turismo y otra la
residencia, me comentó un amigo cuando le hablé de la efervescencia contagiosa
que percibía en la gente. Quizás tiene razón. Lo mismo le digo a quienes
visitan Miami con ánimos “exploratorios”.
Pero esto es otra cosa. Es algo que desafía las estadísticas y los
análisis. Esta corriente de vitalidad y pasión es la esencia del venezolano,
que al igual que el verdor del Ávila, germina apenas caen unas gotas de agua y
calienta el sol.
El maestro Zen Tich Naht Hanh describe las emociones como semillas
preservadas en lo más hondo de nuestra mente, que al regarlas con nuestra
atención, les permitimos crecer hasta poblar nuestros pensamientos. Todos
cargamos semillas de diversa naturaleza: alegría, gozo, rabia y desesperanza.
Según Tich, tenemos el poder de escoger cuales semillas cultivar y compartir.
Es una decisión que hacemos cada día y que reforzamos según las relaciones, los
estímulos y las intensiones que construyamos a nuestro alrededor.
Si te fijas bien, y contra todo pronóstico, cada vez hay más gente
sembrando la ciudad que desean vivir. La abonan con su corazón y sus acciones,
dispuestas a conectarse con la energía del crecimiento. Gente que eligió
compartir las mejores emociones y sentimientos que produce esta tierra.
En el avión de regreso me senté junto a una mujer de mi edad que
viajaba acompañada de su marido. Tenía el brazo enyesado.
-¿Un accidente?- pregunté.
- Intento de asalto- respondió- En pleno mediodía, con un cuchillo en
un estacionamiento subterráneo. Hace unos meses había escapado de otro robo,
pero esta vez al correr me caí y me partí los huesos. Yo no aguanto más. Yo me
voy antes de que me maten.
Conversamos un buen rato. Ella, como era de esperarse, crispada. Él
con argumentos prácticos para emigrar con sus tres hijos. Y cuando les hablé de
la inspiradora esencia del venezolano que había sentido en las calles y en el
aire, ella me dijo con una media sonrisa.
- Tú ves las cosas así porque andas muy positivo. O porque vives entre
dos mundos y sólo ves el lado bueno cuando estás acá.
Quizás tiene razón… a medias. Porque la energía de alto voltaje que
percibí en es tan poderosa como real. No es invento, es una realidad tan grande
como la montaña: el valor de una comunidades su gente, y en este momento, si te
fijas bien, hay brotes de entusiasmo y esperanza que anuncian un reverdecer.
¿No te parece? Mira entre las grietas y verás como germinan.
Eli Bravo: eli@inspirulina.com / @elibravo
Eli Bravo: eli@inspirulina.com / @elibravo
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