Sucre, un militar honesto y civilista

Ay balazo!" Fue su postrer expresión cuando una bala le atravesó el corazón y otras dos impactaron en su cráneo. Su cuerpo cayó en el fangal del camino, esa triste mañana del 4 de junio de 1830, y allí permaneció hasta el día siguiente, en esa lúgubre montaña de Berruecos, al norte de Pasto. Fue en ese solitario lugar de Colombia donde mezquinos caudillos militares, impulsados por sus miopes complejos separatistas, segaron con el vil asesinato del joven Gran Mariscal de Ayacucho -el más noble y civilista prócer de la Independencia-, los postreros intentos de El Libertador para salvar la Gran Colombia. Había nacido en Cumaná Antonio José de Sucre, el 3 de febrero de 1795, descendiente por ambas ramas de la más alta alcurnia de esa provincia. 

Formado con apenas 15 años en la rama de ingeniería militar en Caracas, Sucre se alistó como teniente de ingenieros a las órdenes de Miranda, participando en 1813 y 1814 en campañas bajo el mando de Mariño y Bermúdez, alcanzando el grado de teniente coronel. El joven patriota emprendió una de las más brillantes gestas de la Independencia, participando en 1815 en la defensa de Cartagena, luego como Jefe del Estado Mayor del Ejército de Mariño. En 1817, Bolívar lo asciende a coronel y recibe en 1819, cuando apenas tenía 24 años, el rango de General de Brigada. A su ya notable carrera militar agrega los primeros méritos de gran diplomático y hábil negociador que caracterizaron las actuaciones de su intensa vida al servicio de la causa patriótica, cuando en 1820, el Libertador lo comisiona para negociar con Pablo Morillo el histórico tratado de Armisticio y Regularización de la Guerra. Después vendrían relevantes contiendas épicas fuera de las fronteras patrias, librando victorioso, en 1821, la batalla de Yaguachi que aseguró la independencia de Guayaquil. En 1822 triunfa en la batalla de Pichincha, logrando la incorporación de Ecuador a la Gran Colombia y es ascendido por Bolívar a General de División. El 9 de diciembre de 1824 alcanza el histórico triunfo de Ayacucho que consolidó la independencia iberoamericana y le mereció el ascenso a General en Jefe y Gran Mariscal de Ayacucho. De esta gesta histórica Bolívar dijo: "….el Gran Mariscal de Ayacucho es el valiente de los valientes, el leal de los leales, el amigo de las leyes y no del despotismo, el partidario del orden, el enemigo de la anarquía…" En 1825, Sucre es electo presidente vitalicio y fundador de Bolivia, cargo en el que se desempeñó solo hasta agosto de 1828 por sus deseos de dedicarse a la vida civil, marchando a Quito para contraer matrimonio con Mariana Carcelén, allí permaneció hasta finales de enero de 1829, cuando, atendiendo al llamado de Bolívar, se puso al frente del ejército de Colombia para detener la agresión del ejército del Perú, en la batalla de Tarqui que aseguró los derechos territoriales del Ecuador. Fue esa su última contienda militar, en la que irónicamente el ilustre Mariscal tuvo que combatir y derrotar a varios de sus camaradas y soldados con los que había triunfado en Ayacucho, lo que le causó gran tristeza e hizo que de nuevo le pidiera a Bolívar relevarlo de todo mando y de toda función pública. Retornó a su hogar en Quito y el 10 de julio le nació su única hija.
Ante el inminente peligro de disolución de la Gran Colombia, Bolívar lo vuelve a comprometer, ahora para integrar el llamado Congreso Admirable que se instaló en Bogotá en enero de 1830, del cual es electo Presidente y, ante la rebelión que se produce en Venezuela, es comisionado para evitar el desmembramiento de la Nueva Granada, gestión que resultó infructuosa. Ante las acciones separatistas de los caudillos castrenses, Sucre le escribe a Bolívar proponiéndole privar a los militares del poder público como forma de salvar la Gran Colombia, porque a su juicio ellos habían sido los causantes de la crisis y la desunión por sus ambiciones personales, abusando de su poder y su influencia. El esfuerzo fue inútil y se acrecentaron las intrigas militares, por lo que, desilusionado, decide emprender en junio su retorno a Quito, con el fatal desenlace de Berruecos.
Hoy, a 182 años del vil asesinato del Gran Mariscal de Ayacucho, sus virtudes, principios éticos y conciencia civilista resaltan como ejemplo del visionario héroe constructor de repúblicas, promotor de la educación y mártir de nuestra gesta emancipadora. En tres años como Presidente de Bolivia organizó las finanzas públicas, velando por la pulcritud en el manejo de los fondos del nuevo estado. En su mensaje de despedida al Congreso de ese país expresa que "…en el retiro de mi vida veré mis cicatrices; y nunca me arrepentiré de llevarlas, cuando me recuerden que para formar a Bolivia preferí el imperio de las leyes a ser tirano o el verdugo que llevara siempre una espada pendiente sobre la cabeza de los ciudadanos…" Y al final de esa proclama solo pide al congreso boliviano, como premio a su esfuerzo, que se levante la inmunidad que le garantizaba la Constitución para que su obra fuera examinada "escrupulosamente", comprometiéndose a someterse al fallo de las leyes si alguna irregularidad le fuera encontrada. Ese era Antonio José de Sucre, un honesto prócer civilista, apóstol de la libertad y de la igualdad, cuya joven vida fue segada por la envidia y ambiciones castrenses que se complotaron para enterrar en Berruecos la inmensa obra de la unidad continental y a quien quería ver instaurada esa gran república y el ejército reducido a servidor de sus instituciones.
jmoreno@unimet.edu.ve
Director General del Celaup
www.unimet.edu.ve

Comentarios

Entradas populares