Querer vivir hasta la eternidad


Hernani Zambrano Giménez
 
Entre los seres vivos, sólo el hombre ha hecho consciente la angustiosa advertencia de su finitud. La idea de su inmortalidad y la creencia en seres poderosos que manejan la naturaleza a sus caprichos, fueron parte de las respuestas ingenuas con que reaccionaron los primitivos humanos frente al problema existencial. Muy pronto surgieron las primeras prácticas mágicas y religiosas como mecanismos compensatorios, que demuestran las creencias del hombre primitivo en una vida posterior a la muerte. Forzado a una permanente confrontación con la muerte, el hombre desarrolló la idea de existencia de otra vida, que imaginaba como algo trascendente, misteriosa, y generalmente, liberadora y proveedora de la felicidad eterna.
Una vida post mortem
Prolongar la vida ha sido una preocupación en casi todas las sociedades humanas. Los antiguos egipcios dotaban a sus muertos con provisiones, comidas, prendas y los más variados utensilios, con la idea de usarlos después de la muerte. Los privilegios favorecían a los ricos quienes, como los faraones, eran colocados en sarcófagos de oro, para que las riquezas terrenales les hicieran compañía y les concedieran poder autocrático, en el “más allá”. El criterio económico era factor decisor básico para el derecho y la calidad del disfrute de una “buena vida” post mortem.
Cryopreservación humana
El interés por la resurrección humana se renueva. Se habla de la cryopreservación, el proceso de mantener congelados a los fallecidos, en cámaras especiales, a la espera de ser descongelados años después, y devolverles a la vida en plenitud de funciones y privilegios. Con este proceso, las células y tejidos orgánicos se preservan a una temperatura de -196º C, punto en que “hierve” el nitrógeno líquido donde se encuentran los cuerpos. Con esta temperatura tan baja, toda actividad biológica, y las reacciones bioquímicas que producen la muerte celular, se detienen. La idea lucía interesante inicialmente, pero el hecho es que las células preservadas por congelamiento resultan dañadas con la formación de hielo intracelular, extra celular y la deshidratación.
Personalidad de los “resucitados”
Pasarán muchas décadas o siglos antes de lograr alguna probabilidad de insuflar nueva vida a los muertos. ¿Qué ocurriría con los resucitados? Los revividos se encontrarían con dificultades para comprender algunas expresiones del lenguaje en uso, y lucirían ridículos si vistieran las modas en boga en tiempos del fallecimiento. Sería un problema no encontrar a sus propios descendientes, porque ya habrían muerto. ¿Cómo se arreglarían los problemas de las herencias dejadas a los descendientes, nietos y biznietos, cuando los revividos las reclamasen para continuar con los negocios que antes administraron? ¿Estarían conformes esos Frankestein del futuro con sus viejos y reconstruidos cuerpos?
Soñar no cuesta, pero…
Aunque esto es por ahora un tema de ficción, no debemos descartar totalmente la idea, ni estaría mal reunir dinero, si deseamos renacer algún día, después de centenares de años, porque dado los elevados costos de preservar cadáveres, y revivirlos luego, las resucitaciones del futuro serían un lujo y sólo para las élites. Por más esperanzas que tengamos, la inmortalidad es sólo una permanente aspiración humana, con posibilidades utópicas.
Por un argumento biológico convincente, sabemos de información genética que limita la duración de la vida; por otra parte, a esto sumamos el deterioro de nuestro organismo ante los embates de un ambiente cada vez más degradado y agresivo. Las fabulaciones sobre una vida extendida por vías artificiales, presenta serios obstáculos. Sólo nos queda desarrollar mejores investigaciones sobre la longevidad, que incluyan el mejoramiento de la calidad de nuestra vida.
No eternos, pero más longevos
Mucha ha sido la fantasía escrita sobre lugares paradisíacos, de ricos nutrientes. Las crónicas de la conquista española en América hablan de expediciones a Florida, que fueron motivadas por la búsqueda de aguas y plantas milagrosas para la vitalidad. Sólo después de múltiples y costosos fracasos, decayó el interés por estas disparatadas aventuras.
Aceptemos que nada mágico nos hace eterno; pensemos que ningún agua, brebaje, planta o mineral, le agregará años adicionales a nuestra vida. Pero una mayor longevidad es una realidad. Podemos incrementar la cantidad de años a vivir. Todo dependerá de la adecuada programación de nuestros hábitos.
Las longevas tortugas
Las tortugas son ejemplos de longevidad. El doctor Christopher Raxworthy, curador del Museo de Historia Natural de Estados Unidos, estima que “las tortugas en realidad no mueren de viejas”. Natalie Angier (The New York Times, diciembre 2006) dice que, “de hecho, si las tortugas no son aplastadas por un automóvil, ni hechas presas de una enfermedad, o devoradas por otros seres, podrían vivir indefinidamente”. Con su metabolismo avaro y temperamento tranquilo -agrega N. Angier-, y su capacidad para privarse de comida y bebida durante meses (…), la tortuga es una de las criaturas de vida más larga.” Las tortugas pueden sobrevivir en hábitats donde muy pocos seres pueden. Por estas razones, muchos investigadores se centran en examinar el genoma de estos reptiles, para obtener información sobre probables novedosos genes de la longevidad.
Agregar más vida a la vida
Las estrategias de longevidad son realistas y convincentes. Purificar los hábitos de la vida tiene fuerte soporte científico y amplia aceptación ciudadana. Estimular hábitos sanos, la alimentación y los ambientes purificados, es una idea pionera para vivir más años, y con mayor calidad de vida. Este concepto ya no se discute, y es con estas perspectivas como se encuentran las respuestas a las ancestrales inquietudes humanas por vivir años extras.
A fines del siglo XX, investigadores de las universidades de California y Stanford investigaron poblaciones de gente con más de cien años de edad. Averiguaron qué condiciones determinan la longevidad en esas poblaciones. Obtuvieron respuestas contundentes, cuya vigencia hoy se mantiene. Un dato relevante es que las personas estudiadas habitan en áreas rurales o semi rurales de baja población; por eso, tienen escasas posibilidades de llevar la vida agitada y acelerada propia de las grandes ciudades. ¿Deja esto por fuera a quienes habitan las grandes ciudades? Pues, no del todo, porque el asunto no es vivir alejado de las grandes ciudades. La clave es que la gente no participe en las acciones cargadas de agitación propias de las grandes concentraciones urbanas, aun cuando habitemos en éstas.
El desayuno relajante diario
Las personas longevas estudiadas tenían la costumbre de desayunar diariamente, muy temprano, entre 6:00 y 7:30 de la mañana. Pero, ¿qué entendían por desayunar? ¡Esta definición es crucial! Estos longevos consideraban que el desayuno es la diaria ocasión para sentarse alrededor de la mesa, en familia o con allegados, aunque no fuesen todos los miembros de la familia. Para ellos, no es igual comer que desayunar.
La comida de la mañana temprano, debe ingerirse con disfrute y sin angustias; debe ser un instante para el relajamiento y para un sano inicio del día laboral. Lo más importante debe ser la actitud mental, la tranquilidad, que debe prevalecer mientras estamos en el desayuno. Todavía, en los tiempos que vivimos, esto es posible. Sabemos de personas que lo hacen. Necesitan sólo despertar más temprano, y la voluntad de disfrutar el momento.
Cuestión de actitud
La responsabilidad para agregar años positivos a nuestra vida está en nosotros mismos; somos nosotros quienes decidimos si nos complicamos la vida, o si nos liberamos de tantas tensiones, y la hacemos más sencilla y natural.
Por supuesto que es necesaria una reprogramación para que toda la vida que tengamos por delante pueda darnos buenos frutos. La vida es bella. Vale la pena vivirla y alargarla al máximo posible, mientras vivir signifique bienestar y agrado; mientras esto sea la mayor razón para continuar viviendo.
hernaniz@yahoo.com

Comentarios

Entradas populares