"Las pandillas son familias que los jóvenes no tienen"
la llaman la "abuelita de los gángsters". Ha estado nominada dos veces para el Premio Nobel de la Paz (2005 y 2010). Su presencia tiene esa cualidad tranquilizadora, propia de las mujeres que tienen muchos hijos. Pero no se engañe, esta uruguaya de nacimiento y ecuatoriana de corazón, tiene una voluntad férrea. Su mirada es despierta, curiosa. Y no se le pasa nada.
Nelsa Curbelo estuvo en Venezuela invitada por el Centro Gumilla para participar en el evento "Constructores de Paz", que concluyó el 26 de mayo pasado. Compartió sus experiencias de desarme y pacificación entre los pandilleros de Guayaquil, Ecuador, y contó cómo hizo de la violencia una oportunidad para la transformación.
"El proceso de pacificación comenzó con la reunión de dos jefes de pandillas que estaban enfrentados -señala Curbelo. Uno culpaba al otro de haber asesinado a su mejor amigo; el otro explicaba que esa era parte de la ley de la calle, pues el chico había desertado de su grupo. Entonces, el primero dijo: 'tú mataste a mi mejor amigo, pero se trata de parar las guerras en la calle. Tenemos que perdonar'. Fue en ese momento cuando dijo la frase que a mí me guía mucho: 'perdonar es no guardar rencor'. Y siguieron trabajando juntos, aunque continúan siendo jefes".
¿En las calles?
Ser pandillero no es ser delincuente. Ponemos etiquetas rápidas para hablar de bandas y pandillas, pero en realidad no es exacto. Tenemos más de 60 mil jóvenes involucrados en pandillas en la ciudad de Guayaquil. Si dices que hay 60 mil delincuentes, nadie saldría a la calle, y si dices que son asesinos, menos. El común denominador de estos grupos es la cohesión, forman una especie de hermandad con sus propias reglas. El sentimiento general está dado por necesidades de apoyo y carencia de afecto. Pero para mí, la quintaesencia de esto es que no han desarrollado ningún rechazo a la violencia. Que ésta ha marcado sus vidas desde la infancia y dentro de ella sobreviven. Es como respirar, no saben que puede ser de otra manera. Creen que la vida supone maltrato, no han tenido experiencias que los saquen de ahí, y por eso su medio de comunicación va a ser la violencia.
¿Entonces se unen a quienes tienen referencias similares?
Se llaman entre ellos hermanos. Las pandillas se convierten en las familias que los jóvenes no tienen. Además, hay que tomar en cuenta otros factores como lo es el cambio del paradigma de la familia: la mujer aporta tanto al hogar como el hombre y éste no sabe muy bien lo que tiene que hacer. Cada vez pasan menos tiempo con los hijos, y los niños trabajan desde que tienen dos o tres años, se levantan a las cinco de la mañana para ir al colegio. Ese cambio global no está asentado todavía.
¿Cómo se evidencia esto?
La familia no va a ser lo que era antes. En épocas pasadas el abuelo era el sabio, después fueron los padres; ahora, los referentes son los hijos, porque los adultos no saben tanto como ellos. Por ejemplo, no manejan la computadora. Ese esquema en que los hijos enseñan a los padres no se conocía. El modelo no está hecho. Hay un desfase, y ahora los modelos de los grupos en conflicto son artistas y jugadores de fútbol.
¿No siempre ha sido así?
Los jóvenes siempre han necesitado referentes. Y eso no va a cambiar. Porque es una etapa intermedia entre la niñez y adultez que se va construyendo. Pero más allá de este proceso, creo que estamos en un cambio de época fundamental, marcado por el asunto de la tecnología. Para mí introduce un cambio tan importante como el de la aparición de la imprenta. Ahora, la tecnología lo invade todo. Hay otro elemento importante. Los niños manejan la tecnología con fluidez y también utilizan las dos manos. Ese detalle hace que la parte derecha del cerebro, que estaba en descanso, se active y comiencen a conectarse las neuronas. Hace que los niños piensen más rápido y usen la lógica.
¿Va a ser una generación mejor?
Van a desarrollar una manera de pensar distinta. La otra cosa que va a producir cambios es la emergencia de las mujeres como género.
¿En qué sentido?
Antes no veías a la mayoría de las mujeres en carreras profesionales, ocupando altos puestos. Lo que pasa es que las mujeres somos más dialogantes; entre otras cosas porque no tenemos tanta fuerza física. Además, no sabemos si el niño llora porque tiene frío o porque no comió. Nos toca interpretar más los gestos; nuestra realidad no se basa sólo en lo que nos dicen. Y esta observación junto a la capacidad de desarrollar otro estilo de pensar, va a dar un mundo distinto. Es el momento de quiebre. El mundo hace agua por todos lados. Y esto va a dar algo, sospecho, mucho mejor.
En una de sus ponencias habla del elogio a la crisis.
La crisis es un momento de mucha vida, es como los partos, hay un montón que viven y otros que se quedan en el camino. Pero creo que es importante siempre tener en cuenta que los jóvenes que están en las pandillas son tan iguales a nosotros como nosotros mismos. No tengo frente a mí a un ser humano que nació así. A mí me gustó mucho la experiencia de una aldea africana. Cada vez que alguno de sus miembros comete un exabrupto, una atrocidad, lo colocan en medio de la gente y cada uno de los habitantes le recuerda algo positivo de su personalidad, de sus actitudes. Todavía lo cuento y me erizo. Y aunque no leo mucho la Biblia, sí uso la parábola de la cizaña y el trigo para las pandillas. Siempre es mejor apoyar lo que está bien y que muera de hambre lo que está mal. Hay que partir de lo positivo.
laura weffer cifuentes
lweffer@cadena-capriles.com
www.ultimasnoticias.com.ve
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