Elegías de la era digital
Vargas Llosa advierte sobre la pérdida de la capacidad del individuo de concentrarse en la lectura profunda
Si es así, resulta todavía más preocupante que las generaciones que hoy en día crecen a la vera de Twitter y se informan a partir de efímeros epigramas, citas apócrifas, chascarrillos y jeroglíficos, estén alejándose de la verdadera fuente de la sabiduría que sigue estando en los libros.
Bien lo dijo Umberto Eco: "No sabemos cuánto durará Internet (y esto lo dice por la poca durabilidad de los nuevos soportes digitales y plataformas de información), pero hasta ahora no se ha inventado nada que supere al libro; los géneros literarios continuarán habitándolo".
Hablo como lector irremediable, como el que cree que no es la tecnología, sino el lenguaje el gran milagro de la evolución". Esto lo escribió el ensayista Sven Birkerts hace más de 15 años en un libro titulado The Gutenberg Elegies (Las elegías de Gutenberg), que reúne una serie de piezas de biografía intelectual, en las que reflexiona en base a su experiencia sobre los varios asuntos concernientes al futuro de la lectura (y el libro) en la era electrónica.
Por entonces, cuando Birkerts escribía, el advenimiento de Internet era apenas un tropel en lontananza, difícil de imaginar lo que sería su llegada y definitiva instauración en la sociedad globalizada. Ni soñar con Google o las redes sociales.
En aquel momento, se vivía aun, con todo y los avances de la informática, en aquella civilización que convirtiera a las bibliotecas en sucedáneos de los templos religiosos.
"Sigo convencido", continuaba Birkerts su elegía, "de que la experiencia de la literatura ofrece un tipo de sabiduría que no puede hallarse de ningún otro modo; hay una profundidad de por sí en el encuentro con lo verbal (…) esa entre muchas razones hace del libro el vehículo ideal de la palabra escrita".
El tonto de la computadora
En días pasados, el premio Nobel Mario Vargas Llosa reseñaba en su habitual espacio del diario El País el libro de Nicholas Carr titulado Superficiales: ¿Qué está haciendo Internet con nuestras mentes?, cuyo autor escribió apartado en una casa de campo a la que no llega el servicio telefónico e Internet rara vez aparece.
En ese aislamiento, Carr reflexionó sobre los condicionamientos que van arraigando en el intelecto y en lo cognitivo, a través del uso continuo de terminales interconectados con la red de redes:
"Carr no es un renegado de la informática", aclara Vargas Llosa, "no se ha vuelto un ludita contemporáneo que quisiera acabar con todas las computadoras, ni mucho menos. En su libro reconoce la extraordinaria aportación que servicios como el de Google, Twitter, Facebook o Skype prestan a la información y a la comunicación, el tiempo que ahorran, la facilidad con que una inmensa cantidad de seres humanos pueden compartir experiencias, los beneficios que todo esto acarrea a las empresas, a la investigación científica y al desarrollo económico de las naciones. Pero todo esto tiene un precio y, en última instancia, significará una transformación tan grande en nuestra vida cultural y en la manera de operar del cerebro humano".
Vargas advierte sobre la pérdida de la capacidad del individuo en concentrarse en la lectura profunda y prolongada, más si se trata de un texto complejo.
Una persona que pasa el día inmersa en Twitter, por ejemplo, un medio que le permite leer en segundos varios textos de no más de 140 caracteres y cambiar de tema e interlocutor en un tris, difícilmente se consagrará a un libro, menos disfrutará de una conversación tal como hasta ahora se entiende. La funcionalidad e inmediatez del recurso informático móvil conspira, a su vez, contra el cultivo de la memoria, y quien no cultiva la memoria pierde ese gran atributo que es la capacidad de la libre asociación de ideas.
Finaliza Vargas Llosa: "…el género de cultura que está reemplazando a la antigua nos parece un progreso, sin duda sí. Pero debemos inquietarnos si ese progreso significa aquello que un erudito estudioso de los efectos del Internet en nuestro cerebro y en nuestras costumbres, Van Nimwegen, dedujo luego de uno de sus experimentos: que confiar a los ordenadores la solución de todos los problemas cognitivos reduce 'la capacidad de nuestros cerebros para construir estructuras estables de conocimientos'. En otras palabras: cuanto más inteligente sea nuestro ordenador, más tontos seremos".
Bien lo dijo Umberto Eco: "No sabemos cuánto durará Internet (y esto lo dice por la poca durabilidad de los nuevos soportes digitales y plataformas de información), pero hasta ahora no se ha inventado nada que supere al libro; los géneros literarios continuarán habitándolo".
Hablo como lector irremediable, como el que cree que no es la tecnología, sino el lenguaje el gran milagro de la evolución". Esto lo escribió el ensayista Sven Birkerts hace más de 15 años en un libro titulado The Gutenberg Elegies (Las elegías de Gutenberg), que reúne una serie de piezas de biografía intelectual, en las que reflexiona en base a su experiencia sobre los varios asuntos concernientes al futuro de la lectura (y el libro) en la era electrónica.
Por entonces, cuando Birkerts escribía, el advenimiento de Internet era apenas un tropel en lontananza, difícil de imaginar lo que sería su llegada y definitiva instauración en la sociedad globalizada. Ni soñar con Google o las redes sociales.
En aquel momento, se vivía aun, con todo y los avances de la informática, en aquella civilización que convirtiera a las bibliotecas en sucedáneos de los templos religiosos.
"Sigo convencido", continuaba Birkerts su elegía, "de que la experiencia de la literatura ofrece un tipo de sabiduría que no puede hallarse de ningún otro modo; hay una profundidad de por sí en el encuentro con lo verbal (…) esa entre muchas razones hace del libro el vehículo ideal de la palabra escrita".
El tonto de la computadora
En días pasados, el premio Nobel Mario Vargas Llosa reseñaba en su habitual espacio del diario El País el libro de Nicholas Carr titulado Superficiales: ¿Qué está haciendo Internet con nuestras mentes?, cuyo autor escribió apartado en una casa de campo a la que no llega el servicio telefónico e Internet rara vez aparece.
En ese aislamiento, Carr reflexionó sobre los condicionamientos que van arraigando en el intelecto y en lo cognitivo, a través del uso continuo de terminales interconectados con la red de redes:
"Carr no es un renegado de la informática", aclara Vargas Llosa, "no se ha vuelto un ludita contemporáneo que quisiera acabar con todas las computadoras, ni mucho menos. En su libro reconoce la extraordinaria aportación que servicios como el de Google, Twitter, Facebook o Skype prestan a la información y a la comunicación, el tiempo que ahorran, la facilidad con que una inmensa cantidad de seres humanos pueden compartir experiencias, los beneficios que todo esto acarrea a las empresas, a la investigación científica y al desarrollo económico de las naciones. Pero todo esto tiene un precio y, en última instancia, significará una transformación tan grande en nuestra vida cultural y en la manera de operar del cerebro humano".
Vargas advierte sobre la pérdida de la capacidad del individuo en concentrarse en la lectura profunda y prolongada, más si se trata de un texto complejo.
Una persona que pasa el día inmersa en Twitter, por ejemplo, un medio que le permite leer en segundos varios textos de no más de 140 caracteres y cambiar de tema e interlocutor en un tris, difícilmente se consagrará a un libro, menos disfrutará de una conversación tal como hasta ahora se entiende. La funcionalidad e inmediatez del recurso informático móvil conspira, a su vez, contra el cultivo de la memoria, y quien no cultiva la memoria pierde ese gran atributo que es la capacidad de la libre asociación de ideas.
Finaliza Vargas Llosa: "…el género de cultura que está reemplazando a la antigua nos parece un progreso, sin duda sí. Pero debemos inquietarnos si ese progreso significa aquello que un erudito estudioso de los efectos del Internet en nuestro cerebro y en nuestras costumbres, Van Nimwegen, dedujo luego de uno de sus experimentos: que confiar a los ordenadores la solución de todos los problemas cognitivos reduce 'la capacidad de nuestros cerebros para construir estructuras estables de conocimientos'. En otras palabras: cuanto más inteligente sea nuestro ordenador, más tontos seremos".
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